top of page

Telecápita (2020) [Parte 1 / Parte 2 / Parte 3 ]

Publicado originalmente en Telecápita. Teoría y distorsión, en agosto de 2020. 

Ilustraciones intervenidas a partir de fotografías de archivo, por César Cortés Vega. Edición por Alejandro Flores Valencia.

A Fausto Zerón-Medina y Gonzalo Altamira

No saben que soy el primer hombre

que ha hablado con un pez.”

Santiago Genovés, El mar, los peces y yo

Algunas obras anteceden por décadas la aparición de su oficio. Con la institucionalización de la deconstrucción y las filosofías posmodernas, las humanidades escritas han tendido a concentrar su ejercicio reflexivo en los espacios y tiempos demarcados por la academia. Se relega la exploración –entendida en términos territoriales e introspectivos– a disciplinas presuntamente auxiliares [1] como la etnología o la paleontología; o bien a los oficios asociados al arte, que es su objeto de estudio, pero que por lo general se le desacredita como gnosis [2]. En los últimos años esta condición ha sido confrontada cada vez con mayor determinación, impulsada por la incursión de teóricos en la práctica y viceversa, así como por la tendiente valorización de la multi-, trans- e interdisciplina. Hoy se acepta, con razonable probidad, que las artes y las humanidades descriptivas contribuyen al saber de las ciencias. Consecuencia ha sido la adopción –a ocasiones rigurosa– del laboratorio, espacio generalmente asociado a las ciencias biológicas y exactas, como modelo para la producción de conocimiento para las artes expandidas y en última instancia, como espacio de investigación de la naturaleza humana.

 

El personaje que nos ocupa anticipó estas nociones superándolas. Regresa a nosotros luego de varias décadas de un lastimoso silencio editorial, con el Fondo de Cultura Económica, el Instituto de Investigaciones Antropológicas y el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM como co-editores. Santiago Genovés: Obra reunida (México: 2020) es una compilación, en efecto, pero es también una reinterpretación de la obra del otrora connotado antropólogo físico, escritor, e investigador en temas de agresividad y violencia. Y lo es puesto que su compiladora, Catherine Leguillou, reúne sus textos no en función de su trayectoria científica sino de lo que ella valora como una “dramaturgia en proceso”. Escribe en su introducción: “se han omitido repeticiones de artículos aparecidos en diferentes publicaciones e idiomas (comunes en las bibliografías científicas), privilegiando la unidad temática de las distintas secciones del libro, procurándoles un orden cronológico y presentándolas como un pensamiento en constante proceso de transformación y cuya concreción, como obra, está en las experiencias que refiere.” (p. 1)

 

Valoración esta no exenta de polémica, partiendo de que previo a esta publicación las obras de Genovés eran prácticamente inexistentes para el mercado editorial hispano. Esta ausencia no disimula su extrañeza. Genovés fue uno de los antropólogos físicos más destacados de su generación. Nacido en España y de prematura nacionalidad mexicana, saltó a la celebridad internacional en la década de los setenta por participar en las expediciones Ra I y II junto a Thor Heyerdahl, así como por dirigir el experimento Acali –en ambos casos cruzando el Atlántico en una balsa–. Tuvo una prolífica trayectoria en el cine, la radio y la televisión como divulgador científico y participante de tertulias. Realizó poco ortodoxas investigaciones sobre la violencia, no sólo en las embarcaciones mencionadas, sino entrevistando secuestradores en México y miembros de ETA en el país vasco. Se convertiría en una figura pública definitiva a finales de siglo, al promover las Declaraciones de la UNESCO sobre la violencia y sobre la ciencia, y ser un diligente activista en favor del cuidado del medio ambiente. Luego su figura se diluiría, en parte quizá por la edad, en parte por la pérdida de prestigio a ojos de sus colegas científicos; en parte por su propio silencio.

 

Hasta ahora la posteridad lo ha tratado con injusticia. Ninguno de sus libros se ha reimpreso desde su muerte, si bien sus existencias permanecían agotadas. Los productos audiovisuales en que participó se encuentran enlatados en las bodegas de algunas televisoras –quienes niegan los derechos de reproducción a quien los solicita [3]– y su archivo pareciera haberse esfumado. En 2016 localicé 40 ejemplares de su Expedición a la violencia en una bodega del Fondo de Cultura Económica de Guadalajara con un precio de venta de diez pesos. Luego de solicitar todos los ejemplares para mí, fui notificado que el reporte se debía a un error de inventario y los ejemplares no existían. Experiencias similares me han sucedido —junto a otros colegas— con otros títulos solitarios en diversas cadenas librerías y algunas bibliotecas. La última novedad en memoria suya radica en el estreno, ha un par de años, del desafortunado documental The Raft (2018), de Marcus Lindeen, sobre los 101 días de travesía del experimento Acali, donde los hechos del mismo se distorsionan sin tapujos y la investigación y biografía de Genovés quedan completamente desdibujadas. En tal panorama este libro constituye una oportunidad y una ruptura.

 

Ahora bien, imposible abstraernos en nuestra revisión, de la tesis de quien aquí compila: Obra reunida, más que una suma de textos, entiende una suma de experimentos y experiencias que van transformando la concepción del autor sobre la ciencia y la investigación, sobre la naturaleza, sobre el ser humano y sobre sí mismo. Esta invectiva es riesgosa: podría resultar –como en el caso del documental mencionado– en una distorsión de la obra de Genovés. No es el caso.

 

Los dos volúmenes nos muestran la transformación de un antropólogo físico ‘convencional’ con un interés acentuado en cuestiones anatómicas y evolutivas, su gradual paso al estudio de temas históricos y del comportamiento humano, y finalmente, su vuelco particular a temas ‘ambientales’ (definición que nos merecerá un comentario posterior) desde un enfoque introspectivo –y por tanto prosaico.

 

Como se prefigura en el comentario anterior, el libro se divide en tres secciones: la primera, “Miradas sobre el origen del hombre: 1954-1970”, incluye una representativa colección de artículos publicados en revistas académicas nacionales e internacionales, con un marcado acento en temas de antropometría y evolución. Destacan los trabajos sobre “el hombre de Tepexpan” (1960) —que Genovés descubre era en realidad una mujer—, así como sus disruptivos artículos sobre la definición del sexo de los restos óseos prehistóricos (1954, 1956, 1959g, 1960c, 1963). De especial interés serán también sus revisiones sobre temas evolutivos (1959b, 1960b), no comunes para los antropólogos de su época. La segunda parte se titula “Miradas sobre la naturaleza humana: 1966-1993” y es la más extensa. Recoge los resultados sobre las expediciones en balsa a través del Atlántico e indagaciones de otra naturaleza, como las ya mencionadas durante el secuestro de un avión en que era pasajero (1972a, 1972b) y las entrevistas realizadas a miembros de ETA en el país vasco (1980d, 1984c). Rescata polémicas poco conocidas para el ámbito hispano, como el debate sostenido en Science a inicios de los años sesenta sobre el racismo (1961a, 1961e, 1962a), lo que prefigurará su interés en el estudio de la violencia y agresividad. Concluye la colección “Miradas sobre el mar: 1969-2013”, que recoge desde textos sobre los posibles contactos transatlánticos en la época prehistórica (1969a), hasta trabajos postreros, de un carácter histórico incierto.

 

Entre dichas secciones parpadean otras dos, a manera de apostillas y en un papel diferenciado, que se entrelazan entre las ya descritas: “Sobre el método” y “Sobre ciencia y filosofía”, sin delimitación temporal. La primera se enfoca en el diseño de las actividades investigativas, dígase de las herramientas de medición y comparación de restos óseos prehistóricos (1961,1962, 1965h, etc.), el diseño de las embarcaciones que cruzarían el Atlántico o las estrategias de experimentación sobre comportamiento humano (1971b, 1977b). También se incluyen aquellos textos sobre la preparación de los procesos de introspección en su etapa tardía (1983c). Contiene imágenes, bosquejos, así como tablas descriptivas. En la segunda de estas secciones se recogen algunos textos dirigidos a la divulgación, los cuales, cobran aquí su dimensión de verdaderas conceptualizaciones teóricas a la luz de la dilución de las fronteras disciplinarias. También se incluyen declaraciones de redacción colectiva. Concluye la edición una Bibliografía crítica vinculada a repositorios digitales (este texto ordena sus referencias respecto a esta última).

 

El libro presenta un visión panorámica que al mismo Genovés resultaría discutible [5], pero que resulta coherente con su trayectoria. Seguir el desarrollo de esta transformación nos ayuda a entender la coherencia y radicalidad de su propuesta última, y en parte, la razón de su subsecuente olvido. Pero también nos abre una nueva ventana sobre su obra a la luz de la investigación actual. Al definir a Genovés como dramaturgo, Leguillou no sólo reinterpreta su obra, sino devela su búsqueda continua por una metodología (o la carencia de la misma) como el elefante en la habitación de la cultura contemporánea: el paquidermo, en su estancia, va en una balsa que naufraga.

 

Esta provocación nos obliga a una reflexión sobre la trayectoria de Genovés, como el científico que fue y como el artista que ahora reconocemos en él. Sobre los caminos que abrió, con sus revisiones postreras, y sobre todo de las rutas que inauguradas por él, nadie más aún ha recorrido. Sobre sus aportes a la multi-, ínter- y transdisiciplina, y también sobre sus advertencias.

 

***

 

Sus colegas conjeturan como causa del olvido al que ha sido relegado Genovés, su propia renuencia a formar discípulos. Los jóvenes antropólogos físicos encontrarían difícil alentar su hambre de novedad en sus tablas osteométricas, no así en el caso de los oficiantes de otras disciplinas avezados en el estudio de los cuerpos.

 

Es común que los estudiantes en diferentes ramas de la ciencia se esfuercen por obtener resultados nuevos y positivos de sus investigaciones. Ideas erróneas surgen a menudo debido a la idea profundamente arraigada de que deberían estar 'probando' o dando un estado definitivo a algo, mientras que en realidad solo pueden declarar lo que han encontrado y no lo que se han propuesto encontrar”. (1954)

 

El párrafo que inaugura su obra ya intuye sus usos imprevistos. El tono precautorio con que se aproxima a su primer estudio un joven antropólogo físico, se convierte en un consejo erudito para la disciplina que con mayor amplitud han influido sus estudios tempranos sobre el origen del hombre: la criminología forense.

 

Paradoja histórica más que epistémica. Buscando la génesis de los vestigios humanos antiguos, Genovés termina dando con el modelo más eficiente para la identificación de los restos en la especificidad del contexto mesoamericano (1967a). Distingue una anomalía: las mexicanas tienen los huesos más largos con respecto a su estatura. Revisa cientos de cadáveres obtenidos de la Escuela Nacional de Medicina pertenecientes a estratos poblacionales pobres e indígenas, e intuye correlaciones entre la condición social y étnica. Recientemente un grupo interdisciplinario adscrito a la BUAP desarrolló la aplicación para teléfonos móviles Forensic Anthropology BETA, herramienta para identificar restos óseos de desaparecidos en México. La aplicación está basada en el modelo de estimación propuesto por Genovés (et. al.), diferenciando su algoritmo de otras programaciones similares por su adecuación al contexto mexicano.

 

Visto esto, los estudios de la primera etapa de Genovés parecieran –sin habérselo entonces propuesto– más afines a las emergencias del presente que a la indagación de la génesis humana. “Pocos son los datos que nos pueden aportar los restos óseos en sí”, concluye en “Problemas relativos al origen del hombre en América” (1965g). Notamos en todo caso el inicio de un desplazamiento, tanto temático como metodológico, en sus intereses. En 1967(b) escribe para Current Anthropology un texto en cierta medida conclusivo sobre el tópico:

 

“Hasta hace algunos años recolectábamos datos métricos, principalmente sobre cráneos; hoy nos damos cuenta de que esto no dio grandes resultados. Recientemente se ha puesto de moda ir a campo mejor equipado, con mayores recursos, y recopilar todo tipo de datos biológicos (desde PTC hasta excreción de ácido-β-aminoisobutírico); hasta ahora esto tampoco ha significado mayor recompensa. Es necesario, ahora, el tipo de investigación que se puede llevar a cabo sin más herramientas que una buena biblioteca, un par de anteojos, un bolígrafo y papel. La investigación científica no es solo la acumulación de certezas, sino la comprensión a través de la interpretación de los hechos. Para entender la historia de nuestros orígenes, debemos volver a un enfoque más humanista e integrador.” (1967b)

 

El autor se apega entonces a la no aún del todo aceptada teoría del poblamiento de América por sucesivas olas migratorias. Sus conclusiones provocan una amplia correspondencia. Discute el tema de forma elemental, pero sus palabras finales llevan ya la dirección de su interés genuino:

 

“Nunca descubriremos los restos de los pobladores "originales" de América, así como nunca descubriremos la cuna de la humanidad buscando en todas partes del Viejo Mundo; pero a través de un mejor conocimiento de la variación humana en el pasado y en el presente, nos acercaremos a la comprensión de las afinidades biológicas de nuestros antepasados, aquí o allá y, por lo tanto, a una mejor comprensión de nuestras formas y culturas.” (Ídem.)

 

En lo sucesivo, Genovés se apartará de la antropometría. Seguirá mostrando cierto interés en la hipótesis difusionista sobre el desarrollo cultural de la América precolombina —la de sus contactos prehistóricos con pueblos africanos y europeos—, y ahondará en estudios de agresividad y violencia. Profundizará en su refutación de la eugenesia y el pseudo-darwinismo social, y denunciando el sesgo racista de algunas instituciones académicas propugnará por un estudio sistemático de las causas culturales y biológicas de estos problemas.

 

Sin embargo, su vuelco más rotundo será metodológico.

 

***

 

En su estudio introductorio, Leguillou relaciona el trabajo genoveseano de su primera etapa a dos colectivos de la investigación actual relacionados al arte. Forensic Architecture (Reino Unido), grupo multidisciplinario que investiga casos de violencia de estado y violaciones de derechos humanos en varias partes del mundo, y El Solar. Agencia de Detectives de Objetos (México-España), cuya labor indaga en la poética de los objetos y su articulación escénica (pp. 13-14).

 

Está asociación nos parece abusiva –por prematura–, sin embargo se menciona en función de presentar la tesis fundamental que ocupa esta edición.

 

***

 

¿En qué momento la etología se vuelve psicología? ¿En qué momento la agresividad de un organismo biológico terminar por organizar una guerra? Los antropólogos saben que ninguna deontología es estéril. En el árbol evolutivo del que provenimos junto a los demás homínidos, resulta imposible delimitar cuándo podemos empezar a hablar de seres humanos y caracterizar con precisión los rasgos exclusivos de la especie. La duda evade respuestas definitivas, pero impone consideraciones éticas. Analizar los vestigios de la actividad humana de todas las épocas implica ahondar un terreno donde lo natural y lo simbólico se entremezclan.

 

Ahora bien, ¿cómo estudiar este campo difuso sin ser víctimas de los condicionamientos del ambiente? Genovés propuso algo inusual –aunque no inédito– para los estudios humanísticos: un experimento. Aún más extravagante fue su planteamiento: una nave a la deriva. Entrevemos que el diseño no correspondió a cuestiones meramente teóricas: prima el influjo de sus experiencias previas.

 

En 1969 y 1970 Genovés realiza con Thor Heyerdahl y cinco tripulantes más las dos expediciones-experimentos Ra. Para ello se abocan en la construcción de una balsa de papiro basada en las iconografías y las posibilidades tecnológicas de los egipcios antiguos. La ortodoxia arqueológica sostenía –lo sigue haciendo– que la civilización del Nilo era incompatible con los viajes transatlánticos fundamentalmente por dos razones: la ideológica –todo alejamiento es depravación y olvido, “únicamente lo que permanece y florece dentro de su territorio posee, y poseía verdadero y positivo valor” (1972g)— y la material —no contaban con las embarcaciones necesarias para ello. El proyecto consistía refutar este último prejuicio a partir de mostrar su posibilidad fortuita: construir una balsa con las tecnologías de la antigüedad y que la corriente marina la llevara hasta América. En un primer intento la embarcación sucumbió en las aguas del Caribe luego de recorrer 5,017 kilómetros. Había sido construida a imitación de las embarcaciones del Museo del Cairo por un grupo de tchadianos pertenecientes a la tribu Buduma de Bol del centro de África. Un segundo intento se realizó en una nave, también de papyro, construida según su tradición por un grupo de indios Aymara procedentes del Lago Titicaca en Bolivia. Sobre ellos escribe Genovés:

 

“A pesar de ser esta la primera vez que los Aymaras entraban en contacto con un mundo urbano y sofisticado, en contraste con la vida rural sencilla que llevan en la hermosa pero pequeña isla de Suriqui, no exhibieron gran interés en conocer Marruecos en general o la ciudad de Safi en particular: tal vez sea ésta, pensamos, la actitud normal de hombres que ‘son’, en contraste a los que, con más cultura, nos encontramos constantemente preocupados en ‘ser’ porque nos movemos mucho y hemos estado en muchos lugares. Nuestra falta de seguridad y de significado claro en nuestras vidas a pesar de las apariencias, contrasta con la seguridad y sentido claro de vida observable en los Aymaras fuera de su país.” (Ídem)

 

La segunda embarcación presentó claras ventajas, entre ellas haber mantenido su unidad y solidez a pesar del fuerte oleaje del Atlántico y el efecto constante del agua salada sobre el papiro. El detalle en la descripción de ambas naves y los elogios al sistema constructivo de los indígenas bolivianos –que simulaba una quilla mediante el afianzamiento de un cordón de carrizo–, muestran hasta qué punto el antropólogo, antes con nula experiencia marítima, se había convertido luego de más de 100 días en el Atlántico, en un tripulante avezado en técnicas náuticas (1969c).

 

Pronto, las observaciones de Genovés se van alejando del interés arqueológico. Si bien explica con una exhaustiva documentación la tesis difusionista (1973c), en manera alguna se compromete con ella. En respuesta a la carta encendida de H. K. J. Cowan refutando algunas premisas del experimento Ra, este responde:

 

“No me apremia argumentar que las balsas de papiro llegaron a América desde África occidental o desde el Mediterráneo, simplemente afirmo que Ra I y II abrieron dicha posibilidad. La posibilidad aún necesita ser probada como un hecho. Pero a la luz de los datos presentados en mi artículo y en otras de mis publicaciones, es evidente que las balsas de papiro constituían un antiguo medio válido de transporte por río, lago y mar.” (1974f)

 

Este titubeo contrasta con la posición de Heyerdahl, cuya participación en el experimento seguía una agenda clara por demostrar su hipótesis de navegaciones ultramarinas primitivas [4], interés que prevalecería el resto de su vida. Quizá esto se debía a que al contrario del noruego, Genovés apenas atisbaba las consecuencias que para sí tendría lo que por entonces dio a llamar Expedición-Experimento. Una nota al final de su reporte sobre el viaje publicado en la revista Société des américanistes advierte: “No hemos dicho nada de las razones antropológicas que dieron origen a estas dos expediciones. Tampoco hablaremos del estudio de los contactos humanos vividos por hombres de diferentes grupos étnicos, en condiciones difíciles, a veces muy difíciles. De hecho, esta balsa constituye un verdadero laboratorio para un antropólogo interesado en los problemas de la agresión humana y la comunicación”(1972g). Cruzando el océano, Genovés había encontrado intereses distintos a los que originalmente lo impulsaron a hacerse a la aventura. O quizá sólo el método.

 

***

 

Toda expedición auténtica no revela sino nuevas inquietudes. A ojos de la comunidad científica Ra no comprobó los preceptos que establecía. Para Genovés esto no representó sino su inapelable éxito: “creo que cada día estamos otorgando menor peso científico al valor de experimentación más o menos semejante a la nuestra, que sin ser desde luego definitiva, nos lleva, no obstante, a un mejor y más cabal conocimiento de algunos problemas científicos de verdadero interés humano. Ello se debe, en parte, a la inaplicabilidad del método de la técnica estadística al experimento” (Ídem.). En oposición a dicho diagnóstico imaginó una ciencia descriptiva, donde lo excepcional –por no decir lo improbable– era matriz del saber auténtico.

 

Leguillou encuentra en esta actitud los ecos del teatrista Jerzy Grotowski. Decía el director polaco que para hacer buen teatro el actor debe tomar el camino largo, por eso propone someterle a procesos de introspección sistemática y esfuerzos físicos inauditos. Esto, que se traduce en su transformación en una suerte de 'asceta' o 'chamán', hace que la representación pase a un segundo término en función de las capacidades del artista de convertirse en el vehículo de una revelación. Genovés asume nociones afines con la idea de hallar conocimientos sobre el comportamiento humano, pero procura evadir el problemático campo de la ficción. Ante la posibilidad de reclutar una actriz para el nuevo experimento que prepara, advierte:

 

“Grotowski mantiene que los motivos que nos llevan a trabajar en el teatro no son puros […]. Hay algo teatral sobre el experimento Acali. Durante este tiempo he entrevistado muchos hombres y mujeres que, presiento, quisieran venir en orden de lograr una más o menos envidiable posición en cambio de su presencia física. Los he rechazado sistemáticamente. No quiero actores que se identifiquen más o menos con sus roles. Pienso que podemos dar sentido a nuestras vidas sólo si escapamos del caparazón en que los convencionalismos petrifican nuestra existencia. Vivimos resistiéndonos y odiando todo aquello, y a todos aquellos en quienes aún existe la chispa de la vida […]. Nuestra intención es poner los pies firmemente en la tierra y tender la nuestra a unas manos que no estén limpias. Unas manos que transmitan calor humano.”

 

Sospechan el polaco y el mexicano que su experimentación no será replicable y aún menos cuantificable, por lo que le conceden maleabilidad. Sin embargo difieren sobre el principio espacial de procuración del proceso insólito. Sobre la cotidianidad singular de la balsa el antropólogo desliza el concepto “trabajo ilimitado”: “la mejor fuente de comprensión y comunicación entre los participantes” (Ídem.). Más que una metodología en términos apriorísticos, el antropólogo se apega al proceso de formación de un sujeto ontológico definido por la aventura. Para ello le es imprescindible el desplazamiento. La ciencia que propone rescinde los laboratorios como espacios cerrados y controlables; les opone el mar.

 

***

 

En noviembre de 1972 Genovés viajaba desde la Ciudad de México a Monterrey cuando su avión fue secuestrado por motivaciones políticas. El incidente, impulsado por el azar, confirmaba la redacción de una pregunta largamente intuida: “¿por qué y cómo se origina la violencia humana?” Antes de abordar Acali es justo revisar los otros dos procesos de investigación realizados por Genovés para resolver dicha cuestión.

 

No evade la ironía quien considera un secuestro una oportunidad profesional. El plagiado aprovecha su contexto para hacer entrevistas y observar el comportamiento al interior del avión, de lo que apresura deducciones –irritabilidad por filiaciones paternas, fraternidad universal en los agresores–, así como nuevas preguntas.

 

En 1980 el gobierno de España le comisiona un estudio sobre la violencia en el País Vasco. Genovés acepta apegándose a un tratamiento no menos ajeno al riesgo: infiltrarse. Sobre las dudas acerca de esta estrategia responde: “la ciencia posee su metodología, pero ante ciertos problemas o fenómenos, o bien debe adaptarse a ellos, o abandonar la investigación, ya que a priori no se puede cambiar la circunstancia” (1980d).

 

De esta manera se traslada a Euskadi y publica una carta pública en que pide ser contactado. Al serlo, concierta un encuentro para ser llevado con la cara cubierta a un sitio indeterminado y poder entrevistar presuntos miembros de ETA. “Debo hablar con todos, aquí, allá y acullá. Mi estudio, por así decirlo, es aséptico, neutral, objetivo […]. Lo que averigüe podrá ser leído por todos. No es, no será, un informe para nadie. Es, será, una investigación abierta” (Ídem.). Después de unos días es liberado y regresa a México, donde escribe su experiencia y conclusiones.

 

Más que sus resultados nos debe atención la replicabilidad de su método. A propósito del mismo, la editora cuenta una anécdota personal. En 2015 Leguillou desfilaba en la recién abierta embajada de Afganistán en París para solicitar el visado a dicho país con la intención de realizar una investigación etnográfica acerca de las 'novias del opio', esclavas sexuales vendidas por sus padres para financiar los sembradíos de esta droga. Ante las restricciones impuestas por el gobierno afgano, su estrategia consistía en hacerse pasar como periodista interesada en camellos. En la fila coincidió con un dramaturgo mexicano, Ángel Hernández, quien le reveló un proyecto idéntico, pero con la intención de escribir una obra de teatro. Concluye Leguillou –inspirada por Genovés y por Hernández– la unicidad del método ante ciertos contextos, o bien, la sospecha de una segmentación disciplinaria imposible en la aproximación de ciertos temas.

 

No infrecuente ha sido en las últimas décadas la apertura en teatro de procesos de investigación que implican habilidades de infiltración y disimulo para aproximarse problemáticas sociales [5]. Contingentes son al tema que obsesionó a Genovés. El mismo Hernández ha descrito su programa La escena violenta –que desarrolla en tránsito por distintas partes del mundo–, como un laboratorio de investigación. Ante tal barahúnda Leguillou especula que el teatro y la antropología son en realidad textos distintos del mismo experimento.

 

***

 

Acali (en náhuatl “casa de agua”) consistió en una balsa de 12 metros de largo y 7 de ancho con 11 tripulantes –6 mujeres y 5 mujeres de distintas nacionalidades y orígenes étnicos– que, impulsada por la corriente recorrió el Atlántico desde Canarias hasta Cozumel a lo largo de 101 días. A diferencia de en el experimento Ra, la balsa en este caso no era de material endeble como el papiro, sino de un pontón de acero con espuma de poliuretano expandido inyectado adentro. El diseño de su cabina los haría dormir sin espacio entre unos y otros, la ubicación de su evacuatorio excretar a la vista de todos. Una vela sería incluida, más que como herramienta como ironía, pues como pronto lo confirmaría la frustración de su capitana, la balsa no estaba hecha para navegar, sino para flotar a la deriva.

 

No menos extravagante al diseño del experimento eran sus relaciones con el estudio de la violencia. Asesorado por un amplio y multidisciplinario comité científico internacional, Genovés había planeado cómo inducir situaciones que, por entonces, se infería eran causas de conflictividad: el hacinamiento, la competencia sexual, enfrentarse a dificultades sin experiencia previa, el agotamiento, el estrés. Presuponía que, siendo capaz de superarlas, sus aprendizajes serían replicables a mayor escala (“Quisiéramos poder vivir algún día en paz. No lo estamos logrando en la tierra. Bien podemos ensayar en el mar, del que, después de todo, salimos hace unos milenios”). Conjetura excesiva en términos numéricos, pero de la que provenía en gran parte el respaldo a la iniciativa.

 

Supone Leguillou sobre Acali, que al construir un laboratorio sobre el comportamiento en el “medio de aislamiento total” que es el mar y no en la cotidianidad de la tierra, Genovés diseñaba un espacio heterotópico. Esto es evidente, pese a las constantes alegaciones de su promotor para defender la cientificidad de su proyecto:

 

[…] Claro que habrá quien califique lo anterior de locura, o con más benevolencia, de desequilibrio científico. Pienso, no obstante, que si en otros campos, apartarse con pasión y claridad de intento de las normas ya conocidas y experimentadas produce resultados (pintura, poesía, música), ¿por qué, con nuestro espíritu de investigación científica, negarnos esta venturosa posibilidad? ¿Porque tiene riesgos? ¿Qué aventura grande del pensamiento o de la integración científica no los tiene? ¿Qué vamos a encontrar exactamente? No lo sé. El gran biólogo Szent-Gyórgyi entiende la investigación como un ir hacia lo desconocido con la esperanza de hallar algo nuevo y valioso. Si de antemano sabemos lo que vamos a hacer o lo que vamos a hallar, entonces no estamos haciendo para nada investigación, sino sólo realizando una especie de honorable trabajo, más o menos burocrático. El hombre de ciencia no está hecho para deambular por anchas calles o por senderos ya trillados. Su afán lo lleva –debe llevarlo– a hurgar en la noche de lo desconocido, de lo dudoso.”(1974b)

 

Esta insistencia permanente por ‘abrir’ la metodología científica nos revela su intuición acerca de las limitaciones epistemológicas de las ciencias naturales y humanas al plantearse las dudas que le obsesionan, y el presentimiento de que el lenguaje artístico le ofrece estrategias complementarias para el desarrollo de sus inquietudes en términos formales. Pero a su vez nos descubre la búsqueda de uno o varios modelossaberes que le permitan hablar de ‘experiencias humanas’ en términos sistemáticos. De cómo particulares vivencias ‘cambian la vida’, de cómo un grupo de desconocidos ante la dificultad ‘se organizan’, del deseo sexual que emerge en la convivencia diaria y de su indisociable tensión con la instintiva búsqueda del poder.

 

“Nos falta esa zona intermedia, la penumbra. Esa zona de identificación que se produce en el futbol entre el espectador y el jugador, y en el cine entre el protagonista y el espectador. Nos falta humanizar y extender esa zona de comunicación que identifica y hace que entendamos […]. Es necesaria una actitud creadora, desde un estado semejante al del artista, para extraer al hombre y a la ciencia de los límites analíticos que no analizan, por desgracia casi nunca, los significados que le dan sentido a la ciencia, y la llevan a integrarse con la historia, el mito, la filosofía, el arte y la religión.” (Ídem.)

 

Durante años y de forma más o menos desorganizada, Genovés presentó los resultados del experimento en distintas publicaciones e idiomas. Es evidente que el factor humano en el desarrollo del mismo influyó en lo errático de este proceder. También lo hicieron factores externos, como el que la mediatización del experimento provocara que se le denominase como “la balsa del sexo”, o que las fuentes de financiamiento –mayoritariamente Televisa, minoritariamente la UNESCO y la UNAM– tuvieran menos interés por los resultados científicos del mismo que por su uso político —tanto a su favor como para evitar algún perjuicio—.

 

Reside el mayor acierto de Obra reunida la organización pedagógica de estos resultados en sacrificio de su integridad y orden cronológico.

 

***

 

No ha de menospreciarse la vacilación del mismo Genovés sobre la naturaleza del experimento que ha realizado. Afirma sin titubeos el valor del mismo, pero no atina a definir la tipología de su práctica:

 

“Yo no sé si Acali hará cambiar al mundo o no; supongo que no. Vivimos en un mundo en el que lo importante ha sido la objetividad del observador. Esto tiene sus limitaciones, y en la balsa lo he podido comprobar con claridad. Estando yo dentro del experimento, puedo afirmar ‘extracientíficamente’ (más allá o más acá de lo predicho desde fuera) que esto o aquello no es cierto, por más que pueda parecerlo. Yo, que estaba en Acali, puedo saber y sé, que eso o lo otro no es así […]. Para mí es tal vez el punto central de Acali: saber que para entender fenómenos cualitativos hay que estar dentro de ellos, aunque perdamos una cierta objetividad”. (1975c)

 

A sus conclusiones ‘extracientíficas’ se suma la confirmación de lo que pululaba como prenoción sobre el desarrollo del experimento: “los artistas mostraron mejor capacidad predictiva sobre el desarrollo del viaje que los especialistas en ciencias sociales y ciencias naturales” (1977a). A estos últimos se les conceden equiparables talentos de vaticinio entre si. La idea ronda en su cabeza aún, meses después de haber regresado a tierra: “[…] hablé con una distinguida psiquiatra francesa sobre lo anterior. ‘Por supuesto, Santiago’, me dijo. ‘Si nosotros los psiquiatras, sociólogos, psicólogos y antropólogos tuviéramos la intuición de los artistas, no seríamos lo que somos, sino que seríamos artistas’. No tengo comentarios al respecto”. (1980b)

 

No debiéramos de confundir la capacidad predictiva de un fenómeno como epistemología, sobre todo al tratarse de un fenómeno experimental. Los poetas, músicos, escritores y pintores entrevistados por Genovés fueron capaces de predecir los efectos de 101 días en el mar, pero escasas serían sus destrezas para navegarlo. Su intuición entrevió las posibilidades de un laboratorio en movimiento, las inquietudes surgidas a propósito de sus extravagantes reglas y limitaciones, de sus juegos posibles. Imaginaron las sensaciones de aquellos que, encerrados varios meses en su oleaje con otros diez desconocidos, se sentirían solos, con ganas de saltar al agua. Pero todo eso era al final sólo un experimento… ¿o acaso había sido algo más?

 

Leguillou descifra en Acali la lógica de un dispositivo escénico –llevado al extremo. En términos de Patrice Pavis, “un artefacto lúdico, más próximo a los juegos de construcción para niños […], el cual presupone una concepción ideológica de la transformabilidad del espacio social y del medio humano”. Y agrega: “hay una voluntad exploratoria en el mismo, en efecto, pero es la manipulación lúdica su principio generador” (p. 23). De ahí, deduce, que sus alcances investigativos no se limiten a los efectos del experimento en la balsa, sino a la interpretación que los familiares de los participantes hacen sobre el mismo, así como al seguimiento que le dan los medios de comunicación. De ahí, concluye, “que su organizador termine el viaje enfermo y enloquecido”(p.24); imposible una solución mejor para completar la metáfora que pretendía.

 

Si la expedición-experimento probó una cosa, fue la facultad contagiosa de los símbolos. Al no poder ser una muestra estadísticamente representativa de la humanidad, Acali se construye como analogía de la misma. Su montaje es una cita constante a arquetipos enraizados en nuestra historia cultural, en específico a la ‘Nave de los necios’. Sin pretenderlo, sus tripulantes se convierten de súbito en ‘tipos morales’: metáforas de una humanidad navegando sin rumbo y sin liderazgo alguno, dominada por sus impulsos múltiples, incapaz de comunicarse auténticamente. Pero contrario al afán moralizador que suele condenarles al naufragio (como en las obras de Sebastian Brant, El Bosco o el mismo Michel Foucault), Genovés insiste en proponer esa nave anarquista como heterotopía posible: la búsqueda científica para encontrar la paz.” (p. 26-27) [6]

 

No nos extrañe que en el epígrafe que inaugura el capítulo sobre “Roles, grupos y cohesión” Genovés cité a Artaud (“Moi, Antonin Artaud, je suis mon fils, mon père, ma mère et moi.”). Relata en dicho apartado su desesperado intento por evadir la capitanía de Acali ante la presión general para que la asuma (1980b). Con dos navegaciones previas en balsa como experiencia y en el contexto de impredecibilidad de un mar Caribe repleto de huracanes y tiburones, Genovés relata la asunción de su liderazgo como la revelación íntima de un fracaso.

 

***

 

Años después de Acali, su amigo Luis Buñuel le acusaría de haberse armado todo aquello en realidad, por el mero afán caprichoso de quererse ir al mar. Genovés no lo desmiente, citándolo continuamente en sus trabajos tardíos.

 

Pese a los prejuicios que sobre el mismo recaen, los resultados científicos del trabajo de Genovés son sobriamente acertados. No llega a conclusiones excéntricas, sino que retoma postulados previos contrastándolos con sus resultados experimentales. Trata la evidencia con objetividad, vistiéndola de su amplia cultura y un sentido práctico irrebatible.

 

Más que sobre la violencia social –esta es una apreciación personal–, su investigación da claridad sobre campos del conocimiento largamente desarrollados de forma empírica, pero con escasos desarrollos teóricos: la navegación, la aventura, las expediciones. Refuta prejuicios y supersticiones –como el que impugnaba las tripulaciones mixtas o flotar navíos en viernes 13–, confirma certezas largamente discutidas –como la necesidad de una cadena de mando en situaciones de incertidumbre– y sugiere novedades no desprovistas de interés –como la conveniencia de sostener ideas trascendentales para las dificultades que impone la mar—. A su vez abona a la discusión de temas que se volverán de primordial relevancia en las próximas décadas: sobre el comportamiento de las mujeres en contextos de libertad sexual y sobre la contaminación de los mares.

 

Con nesciente superficialidad se ha dicho que en sus últimos años Genovés abandonó las ciencias para dedicarse a cuestiones literarias. Esta interpretación –a nuestro juicio engañosa– ilustra dos inquietudes complementarias de su trabajo ulterior: el fomento de la interdisciplina y del humanismo en la ciencia. Esto entendido no como principio de conducción ética, sino desde una apreciación empírica acerca de lo que sobre lo humano es cognocible:

 

Sí: si somos evolución, no podemos ser otra cosa que un proceso no terminado, un experimento —no estará acabado nunca en tanto que proceso— por más megalómanos, ególatras y antropocentristas que seamos o que queramos serlo. Si “la nostalgia es un error”, y si como nos dice Antonio Machado “ni está el mañana —ni el ayer— escrito” somos, ‘a fortiori’, un proceso inacabado.” (1987)

 

Genovés entiende una ciencia que atienda dicha insuficiencia y participe de ella. Una disciplina –presuntamente ya-no antropológica– que mediante su contribución estética, la investigación, contribuya a la ampliación del conocimiento sobre los hechos humanos: “Sí, la ciencia, sin desvirtuarse, se hace poesía. La ciencia y la tecnología dan vida, hacen más bella la vida. Lo que parecía imposible se hace posible.”(1990)
 

En esta enunciación subyace una radicalidad sin precedentes. Al analizar el hacinamiento y el estrés al que estaban sometidos en Acali, Genovés concluye que lo que les ha salvado de las hostilidades ha sido estar rodeados de mar. Vislumbra en el mismo –al igual que los marineros experimentados– después de largos periodos, la inducción de estados alterados de conciencia. Sospecha con intuición poética, que la auténtica perturbación en términos humanos proviene de su abandono del mar, de su vulneración indirecta a través de la vida urbana:

 

Hemos visto ya cómo la agresión por falta de espacio urbano nos lleva a la violencia […] También que la verdadera cooperación indispensable tanto para la supervivencia individual como para la de la especie, se halla en grado mucho mayor en zonas rurales […]”. (Ídem.)

 

Entrevemos en esto un proyecto imposible: derogar la sociedad industrial. Más propiamente el invento que con mayor certeza ha exacerbado la propagación de la violencia entre seres humanos y con el resto de la vida en el planeta: la ciudad. Sin embargo no basa su propuesta —su disenso propiamente enunciado— sobre la base de un diseño específico de organización política, sino sobre el efecto de la ciudad en términos medio-ambientales, es decir, también simbólicos e inconscientes. De ahí que su respuesta sea coherente con esa enunciación: “Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos, y los que se van al mar” (1983c).

 

***

 

Confrontado con sus colegas y profundizando en las nuevas dudas que le había traído organizar Acali, Genovés parecía condenado a una vejez tautológica. Sus trabajos de por entonces consisten en breves textos de contenido divulgativo y su colaboración continua en los comités internacionales de UNESCO, trabajos en que si bien mantiene su capacidad didáctica y reflexiva, se alejan de las aventuras del pensamiento –y también físicas– en que habían consistido sus trabajos anteriores.

 

Por entonces escribe una serie de textos que los bibliógrafos han despreciado de su obra científica, pero que Leguillou incluye en el segundo volumen con el siguiente argumento:

 

“Hasta ahora observamos una línea bien definida en la investigación de Genovés, que ataca constantemente las fronteras disciplinares de las ciencias mediante el estudio de situaciones excepcionales. Hay una lógica inherente al diseño de sus expediciones: si lo insólito no sucede, se provoca.

“Si algún mérito busca esta edición es comprobar que dicha continuidad no se ve interrumpida. A las experiencias antes descritas seguiría un último experimento: Solo.(p. 32)

 

Durante mucho tiempo interpretado como una mera digresión literaria con tintes autobiográficos, la última sección de “Miradas sobre el mar” reúne los textos del experimento Solo. La editora reúne escasa evidencia sobre su realización –algunos planos, boletos de avión, cartas y un par de fotografías–, pero situada en el contexto de Obra reunida su realización adquiere un carácter factual apenas discutible. La dramaturgia de Genovés en tanto discurso que se desestructura a si mismo termina con una expedición secreta hacia los más remotos orígenes y el llamado más profundo de la naturaleza humana: el mar.

 

Solo, una vez más, consistió en una embarcación minúscula acondicionada para cruzar a la deriva el Atlántico. Su tripulación sin embargo sería esta vez más reducida: un solo hombre.

 

Su nombre se construye una vez más como analogía de su trayectoria. Solo es el nombre del experimento, es su condición en el mismo y es también un personaje: los restos paleontológicos de un homínido hallado en la isla de Java, en Indonesia, cuya antigüedad se data en 118 mil años; el Homo erectus soloensis. Solo es el nombre del río en que se encontraron dichos vestigios y, en javanés antiguo –una lengua exclusiva de poetas–, significa “poderoso”. Genovés había estudiado a detalle dichos restos en sus primeros trabajos y en la postrimería de su trayectoria regresaba a los mismos en cierta actitud que él mismo denomina como hamletiana: dialogar.

¿Cuál sería el propósito de esta nueva aventura? “Construí una boya para no ir a parte alguna. Para estar con los peces bajo el agua y en la superficie, y con las aves del mar. Soy como una pecera, en la que, esta vez, el pez soy yo.” (1983c) No es precisa una enorme suspicacia para entrever encontrarnos ahora ante una metodología mutable y al mismo tiempo experimental. Un tratamiento que a su vez ofrece sus particulares conclusiones:

 

““¡Eureka! ¡Ya está! No sé si será muy científico, pero es un punto de partida. Radica en la capacidad para la locura. Lo que estoy haciendo en Solo, lo acabe o no, ningún animal, ningún pez, podría haberlo hecho. Aquí sólo se hace evidente que los caminos de la libertad, de la verdad, son solitarios. Se encuentran raramente, algunas pocas veces. ¡Por eso el hombre inventó la locura! Locura universal de vivir pendientes del tiempo […]. Estar loco, como yo, ahora, es hacer, lo más normal para mí: hallarme fuera del tiempo, del espacio, y de la masa” (Ídem).

 

Sorprende sobre el experimento su escasa documentación y los matices que el propio Genovés realiza para confundirlo con una creación literaria –advirtiéndonos que la boya pudo haberse quebrado antes de zarpar–. Pero incluso siendo este último el caso, la progresión gnoseológica de la obra genoveseana es evidente. Concluirá en un objeto-sujeto de estudio que, después de recrearse con una locura colectivamente inducida, se aboca a la personal. Es por ello preciso mantener el ejercicio en secreto, velar detrás de la descripción del proceso la sospecha de una sugerencia: la posibilidad del público de averiguar el misterio por si solos.

 

“No busques más en la tierra
Vete al mar.
Soledad
Tierra de hombres
Que sólo saben andar.
” (Ídem.)

 

***

Al final Genovés propone un aislamiento. Pero no como alguna vez pretendió, para afrontar problemas sociales, sino como solución introspectiva. De ahí que su experiencia se vuelva incomunicable a menos de hacer uso de un lenguaje alegórico. Una corriente de antropólogos recientes –el llamado giro ontológico– identifica el mismo problema del lenguaje científico  —llámese objetivista moderno— al momento de comunicar experiencias cercanas con sujetos naturales —hablar con peces, tener sexo con las olas, el naufragio, etc. (1997b)—, lo cual induce el llamado de la poesía. Sospechan en esta forma textual facultades de intelección iniciáticas.

 

Es por lo anterior que cualquier pretensión de Genovés por generar una escuela al interior de la academia universitaria le habría sido estéril, aún si —como sugiere Leguillou— su obra se uniera con la genealogía de las artes escénicas contemporáneas. "Imposible investigar alguna locura que no sea la propia", me advertiría alguna vez el creador de obras monobiográficas Marco Norzagaray. La estrategia discursiva para hacer dicha experiencia –la locura– comunicable, precisa talentos literarios.

 

“Jamás entendí –leyendo el periódico– a los que dicen que son ‘hombres internacionales’: solamente tontería solemnemente expresada. Ser sencillamente hombre de mar sí es ser algo. Algo así como ser mar pensante es lo que quiero llegar a ser. […] Hamlet, Don Quijote, Sancho, Telémaco, Ulises, nunca escribieron una sola línea. Son más que los que los crearon.” (2001)

 

El método es una poética que nos salva.

***

 

Fiel a la intención de su compiladora, Obra reunida encuentra ecos múltiples en las búsquedas de varias generaciones de artistas escénicos contemporáneos. Encuentra también, forma de reincorporar las inquietudes de su autor al debate contemporáneo de la antropología. Compilación documentalmente brillante, es también una reescritura.

 

El libro concluye con un material inédito que nos llevará a reconsiderar el cuerpo textual que tenemos entre manos: el testamento de Santiago Genovés. No exento de genialidad, el investigador resolvió la mayor de las obras artísticas: fingir su propia vida. Quizá algún día averigüemos qué clase de arquetipo ha sido.

Genovés, Santiago (2020) Obra reunida. Compilación y traducciones.

Catherine Leguillou. FCE-UNAM: México.

 

 

[1] Por su carácter preponderantemente descriptivo.

[2] Por su carácter preponderantemente estético.

[3] Escribe José Luis Espinosa Piña su experiencia siendo director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa: “Hace más de 4 años solicité por escrito a Televisa su autorización para transmitir de nuevo la serie "Expedición a la Violencia" sobre la cual aquella empresa posee los derechos […]. Había recuperado aquel material y consideré que debía difundirse ampliamente […]. Después de muchos meses de esperar, al fin recibí una seca respuesta: sin dar razones, la compañía no consideró conveniente otorgar la autorización para la retransmisión de la serie.” MADRID SEIE 2 octubre 2015.

[4] Había realizado Kon-Tiki (1947), cruzando en balsa el Pacífico desde Perú hasta la Polinesia francesa, y después realizaría Tigris (1978), en el mismo formato para ir de Iraq a la India. El primer viaje quedó registrado en una película homónima (1951) ganadora del Oscar; el último fue incendiado como protesta contra la guerra en el Golfo Pérsico.

[5] Dos ejemplos recientes en México: Gabino Rodríguez fue un obrero de maquila para crear “Tijuana” (2015), de Lagartijas tiradas al sol; En “Deux ex machina” (2018), Teatro Ojo montó un call-center para entrevistar mexicanos sobre su experiencia de la violencia política en México. Según Leguillou, para Genovés ambos archivos serían fuente de un análisis antropológico serio.

[6] En este punto Leguillou refiere algunas de mis propias expediciones. No me corresponde citar su apreciación. Este análisis pretende una modesta respuesta.

Estos materiales llegan a ti cortesía de sus autores, a través de la plataforma de Stultifera Navis Institutom.

Apóyanos con una aportación voluntaria a través del botón PayPal que aparece a continuación.

Si deseas conocer más información sobre esta u otras obras publicadas en este sitio, escribe a c@stultiferanavis.institute

PayPal ButtonPayPal Button

c@stultiferanavis.institute

  • Facebook
  • Twitter
  • YouTube
  • Instagram

©2022 by Stultifera Navis Institutom

bottom of page