Fernando Martín Velazco
Alcíone
Actualizado: 9 sept 2022
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable mecía
cerúlea cuna donde el Sol dormía;
y los dormidos, siempre mudos, peces,
en los lechos lamosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces;
y entre ellos, la engañosa encantadora
Alcione, a los que antes
en peces transformó, simples amantes,
transformada también, vengaba ahora.
El sueño, Sor Juana Inés de la Cruz
Erraron tantos sobre ti
que acaso no estaré yo
equivocándome ahora
al entrar en estas aguas
tibias del primer desierto
septentrional,
a la primera mañana
del plenilunio,
cargado de símbolos
y dudas,
buscando acaso
un murmullo más lejano
de un añejo deseo ajado,
apenas tan reciente
como el despertar
de tu último viaje,
de la búsqueda
de no hallarte,
de la soledad de navegar
esperando ese regreso
al que no llegamos nunca,
esa ansia de respuesta
que antecede al lenguaje
y la ternura,
¿serán los símbolos
estatuas de salitre,
serán los recuerdos
las pruebas de tu verbo
impasible?
estación del último sueño
sumergido,
la brisa del efebo naufragante,
noción de Ulises
en los cantos de sirena
y el engaño que sufrió
la pena, de un pájaro
que se sumerge en la noche
hecho viento, trago
de suspiros y violentas
estrellas.
¿Estaré errando ahora yo,
como he errado tantas otras veces?
Errante astrónomo
en percebes,
inconstante amante,
insólito oleaje
de los dólidos que menguaron
el fondo de un poema.
Pesca de arrastre
de la hondura del recuerdo,
no sólido ni cíclico,
no fue constante aquel asedio
a la mirada y la libertad amante,
anhelo porfía
de encontrar al fin
a la sinceridad un asidero;
descubrí un tesoro sin quererlo
ya habiéndolo roto,
ya recogido en fragmentos,
descubrí un invierno
en su lecho de palabras
que escapan,
falté a mi cita
por un mal cálculo,
mi barco
se nos perdió en la orilla,
y en mi encuentro contigo
estaba una alternativa
que al no volver
se me cerró para siempre.
La vida no es un verso,
es acaso un silencio que navega,
los naufragios
hicieron del exceso
sus poemas.
Ahora mis fracasos
cantan, junto a todos aquellos
que no supieron hablarte.
Errar, sin fin,
como olas que regresan
a su corriente alterna;
errar en cada luna llena
y en las mañanas de ensueño,
cuando creemos que las nubes
y las brisas, nos llaman.
Errar en ti, ballena,
errar infinitamente
al no entenderte y pensar
que al entenderte
sabríamos más sobre aquello
que tus generaciones
vierten,
de una a otra
sin agotarse.
Creer en tu voz
mayor sabiduría
que la belleza del ritmo,
creer, haber mayor ciencia
que la cadencia del símbolo,
de su misterio infranqueable
y melódico,
del vibrar del agua
como suspiro afónico;
errar en ti, una vez más
y siempre de nuevo,
una vez más diferente,
errar en ti como en cada anhelo,
errar como el recuerdo que te traigo
en la búsqueda de consuelo
de un misterio que se interesó por ti.
Mintió Aristóteles
cuando negó tu voz,
el canto de frecuencias
que conduce las mareas
y confunde a los equinodermos;
empero intuyó tu sueño
atrapado en vientos
que has sumergido,
intuyó una inexpugnable voluntad
colectiva y paciente:
“vámonos al mar”, dijo una ballena,
“dejemos la tierra” habrá respondido
una compañera
cuyo suspiro se le sincronizaba.
Y así de entusiasmo
a entusiasmo,
diez mil generaciones de ballenas
habían lentamente abolido
sus extremidades,
cambiado sus dietas,
contagiado a sus células
en cadenas ribosómico nucléicas
y los sueños
engendraron mutaciones.
Así intuyó Aristóteles,
pero no supo escribirlo,
que si nuestros sueños fueran contagiosos
podríamos un día
abolir los diccionarios
y habitar una laguna;
intuyó al mentir
que una noche
ballenas y hombres,
mujeres y misticetos,
quedaríamos unidos por la luna
entre cantos mamarios
y bosques de neblina,
entre versos
más recientes
que la respiración del azar.
Errar en ti,
seguir mintiendo,
pensar acaso
que al venir a buscarte
encontraremos pronto un nacimiento.
Creer en el errar
como se navega en el cantar,
sentir en ti,
la transparencia del mar;
dejar de sentir miedo
y hallar en tu temblor
el estremecimiento
de una laguna en la que
tus cantos han dado
una forma nueva al universo.
Mentir de ti,
errar en tu mentira,
llevarme a la amargura
De estar lejos de aquí;
Ballena:
Las islas
Se sumergieron en los abismos de tu memoria.
Nos devoró el mar
para borrar la historia.
En cada canto al despertar;
en cada sueño que crepita:
háblame ballena;
luz que titila en la noche;
luz, que los recuerdos olvidan,
animal de dudas y conjuros,
ballena de los ángeles susurros,
hija de recuerdos,
laguna de zenfiros y estrellas:
¿Habré de darte yo
una nostalgia
y un poema?
Olvidamos quizá:
así se olvidará esta mañana:
así se ha hecho la noche previa
de objetos que adolecen en su agua ausente,
Ballena:
¿Qué es ese deseo
que en la noche miente?
¿Qué es esa mujer que respondió a la metáfora de un viaje
y huyó
Para quererme siempre; qué es ballena
Lo que los versificadores de tu exterminio llamamos
Amor,
¿Quién fue, quién en tus lágrimas de historia
clamó perdón?
¿Quién fue, ballena,
quien un fin de año
dudó
y de repente dijo:
“¿cómo se hace cuando se quiere todo
y se cree en la inocencia de no necesitar nada?”
Y luego lo necesitó todo;
Qué misterio infranqueable
se manifestó en deseo
que de abrupto se abre
en mil ensueños que la noche
sabe
polvo de cien mares,
que se vierten en la noche;
¿Quién, ballena, te dijo
al nacer que te quería
al abrazarte,
para luego exterminarte?
Ballena:
Lo perdiste todo.
“¿qué hacer con los silencios?”
acaso fuera yo uno de ellos,
¿podrás decirme tú,
por ella, responderle ahora
un algún algo que valga la pena?
Dar sentido,
a la marea de pena,
saber que en cada ocaso
yace una odisea nueva;
y que el desierto
en sus retos infranqueables,
cuando habla de mujeres
que han convertido abusos
en incógnita de penas
Ariosto te señaló hechicera
En el albor de una estatua humillada.
“Engañadora por excelencia” escribió un tal Mateo Alemán;
entre los peces dormida
en su laguna
su condena futura:
Un poema que escribimos
y que nos hizo naufragar.
Ballena estamos
en las puertas de lo que serás.
Ballena:
Ábrete a la luna llena;
No sabremos qué decirte,
Pero quizá sabremos, al fin, a quién cantar.